Después de andar miles de horas, al atardece, había decidido sentarse por fin en aquella enorme roca; y sola allí fijo la mirada en el horizonte y dejo fluir los pensamientos de su segunda mente.
No se había dado cuenta que ahora el frío de la noche caía sobre su pequeña cabeza. La luz que hasta hacia un momento todavía iluminaba el enorme parque, ya había desaparecido, y la oscuridad de la noche empezaba a espantar a la poca gente que por allí quedaba. Para cuando se dio cuenta, en el cielo, ya reinaba la luna llena.
Pero Lara, no parecía preocupada por eso, a pesar de llevar una simple camisa de tirantes donde el frío, estaba empezando a erizar su piel.
Sus pensamientos estaban demasiado lejos para darse cuenta de que ya llevaba allí sentada unas dos horas. Sin movimiento alguno, la muchacha dejo escapar un suspiro por su boca. Pues ya estaba cansada, demasiado cansada para seguir pensando en sus preocupaciones, pues su mente se debatía entre dos polos opuestos. Su futuro profesional y sus propios deseos. Estos eran incansables e imparables, pero ella sabia cual era la respuesta, la solución, lo que iba a pasar al día siguiente, solo que le costaba aceptarlo.
Cansada ya de darle vueltas al mismo tema, dejo libre su imaginación, y mirando las estrellas se recostó en aquella roca sin notar la humedad que esta poseía por el rocío de la noche. El silencio y la soledad se apoderaron rápidamente de ella.
Le gustaba recordar viejos tiempos de la infancia y como cuando era pequeña, empezó a contar las estrellas.
El viento no tardo en rodearla, las hojas de los árboles sonaban al compás de este y empezaban a caer por la llegada del otoño.
Un sonido crujiente por hojas pisadas en el suelo la hizo sobresaltar. Su mirada se dirigió rápidamente hacia los arbustos de su espalda y desde allí, pudo reconocer el rostro de su mejor amigo, y con una sonrisa dejo escapar una frase de aliento - Al final has venido-
El chico, se acerco dulcemente a ella y recostando la chaqueta sobre sus hombros dijo: - ¿cuantas? ¿cuantas estrellas?-
Lara, no pudo esconder la carcajada que salio de su boca y con un poco de vergüenza y timidez, dejo salir con una voz muy suave la respuesta - 24-
- 24 son los besos que me mandas- dijo el con una sonrisa y una mirada de complicidad, de saber como seguía siendo ella a pesar de los años. Y como el ya la conocía demasiado bien, sabia que su rumbo no tenia fin. Saco de su mochila un álbum de fotos de ellos, con múltiples frases que sabia que la harían reír. Lo único que el quería, era asegurarle su sonrisa.
La noche se notaba cada vez mas, pero eso a ellos no les importaba. Y caminando tranquilamente por el parque, desaparecieron los dos entre los árboles, dispuestos a pasar la última noche juntos.